jueves, 31 de enero de 2008

Carlos Alonso. Artista.



El cuadro se titula “En la Pampa”, y nos posiciona en el lugar mismo de la acción, o más bien, en el fin de la acción, en sus resultados. El artista utilizó la técnica mixta sobre cartón, en un soporte de 45x36 cm. En ese espacio plasma un cielo que amedrenta, los diferentes tonos de grises son amenazas de tormentas y de fuertes vientos. Hay ondulaciones realistas en el cielo, pero también hay trazos rectos, que alejan la imagen de lo que puede ser considerado realista o naturalista.
La amenaza del viento adquiere otra dimensión cuando se contrapone con los yuyos y pastizales que están estáticos, se produce una especie de quiebre entre las dos dimensiones, la celestial y la terrenal. La rigidez y los tonos de las hierbas transmiten una sensación de violencia, no parecen plantas, sino elementos punzantes que cercan el cadáver que allí yace. Predominan los tonos blancos, grises y anaranjados, que junto con los huesos configuran una atmósfera espectral.
La muerte parece abarcarlo todo, desde el cielo hasta los cadáveres completamente corroídos por el tiempo y las fuerzas de la naturaleza. Todo se confunde en los grises y en la muerte, lo único que corta esa gama de colores y sensaciones es la luz que irradian los yuyos y los huesos, una luz propia pero ajena a la vez, cuyo origen es absolutamente desconocido. El único atisbo de vida aparece a través de las aves, pero también son aves de la muerte, grises, carroñeras, que vienen a cerrar el círculo mortal.

sábado, 12 de enero de 2008

Quizás nadie fue tan...

...intensamente feliz como Florentino Ariza en ese viaje con promesas de eternidad. La espera llegó a su fin, y ahí estaban los dos compartiendo su presente en el "Nueva Fidelidad". Juvenal Urbino había disfrutado de la apacible felicidad que trae la cotidianeidad en los matrimonios sin grandes sobresaltos, pero Florentino tenía a Fermina en la madurez, con todas las añoranzas maceradas con amor y paciencia, al alcance de su mano, de su cuerpo, de su alma. La vejez y la tenacidad de la espera reúnen a estos amantes, quienes aprenden las artes amatorias de la vejez, sus tiempos y sus goces, completamente diferentes a los 622 amoríos pasajeros y al acostumbramiento inevitable de una cama compartida a lo largo de toda una vida.
Al leer la novela hace algunos años me compadecí de Juvenal y de su amor que se veía socavado y constantemente amenazado por el amante rechazado en la juventud. Creía que Florentino no tenía derecho a figurar en el mundo que había construido el matrimonio, que era un intruso. Pero hace poco vi la versión fílmica de la novela, y descubrí la profundidad del amor de Florentino, que espera apaciblemente, mientras se forja un destino que tiene una única meta. Florentino Ariza es un hombre que ama intensamente, por eso su felicidad no podía ser menos que intensa, marcada por la acuciante finalidad de la vida, y realzada por los años de espera y de deseos contenidos. El no debía ser su marido, no era para él la felicidad del día a día, de los hijos, de la comida diaria y de las manías caseras. Ese no era su mundo, ese no era su lugar al lado de Fermina Daza. Florentino tenía que ser el amante despreciado que pacientemente acepta la humillación, sin rencores, y sublima su amor en las cartas que escribe para los desconocidos; tenía que ser el hombre que a fuerza de trabajo, de inocencia y de suerte consigue un renombre y una posición. Tenía que ser el dueño de ese barco, con total poder de decisión para que el viaje de regreso durara "...toda la vida..." en ese estado único de intensa felicidad.