El/la lector/a desconocido/a de Vicente López llegó a las 100 visitas a este blog. Eso sí que es fidelidad.
Gracias!
domingo, 27 de abril de 2008
sábado, 26 de abril de 2008
Claro, tiene razón
(Fragmento de una nota de Ricardo Mariño, publicada en Ñ. 93, el 9/7/2005)
Amigo docente: si alguna vez al salir del cine alguien te detuvo en la vereda y te pidió que escribieras tres finales distintos para ese argumento, y esa experiencia te agradó y notaste que mejoró tu comprensión del film, entonces está muy bien que continúes pidiéndoles a los alumnos que después de la lectura de un cuento señalen palabras esdrújulas, sensaciones olfativas o terminaciones en “aba”.
Amigo docente: si alguna vez al salir del cine alguien te detuvo en la vereda y te pidió que escribieras tres finales distintos para ese argumento, y esa experiencia te agradó y notaste que mejoró tu comprensión del film, entonces está muy bien que continúes pidiéndoles a los alumnos que después de la lectura de un cuento señalen palabras esdrújulas, sensaciones olfativas o terminaciones en “aba”.
miércoles, 23 de abril de 2008
lunes, 21 de abril de 2008
Ni bajito, ni católico ni sentimental
José Saramago es portador de un apellido falso, o irreal. Su verdadero nombre debería ser José de Souza, pero hace 85 años, cuando nació, el empleado del registro civil se adjudicó el derecho de agregarle Saramago, apodo con el cual conocían al padre del escritor. Por este capricho del destino, José Saramago es el primero de su linaje, como si los mundos ficcionales que es capaz de crear no pudieran provenir de un apellido común a muchos mortales.
Después de haber ejercido varios oficios, se encontró con el fracaso de la Revolución de los Claveles, de 1974, que había defendido desde la dirección del periódico Diario de Noticias, y consecuentemente, sin trabajo. Ese fue el primer momento de quiebre en su vida: “Decidí, muy simplemente, no buscar empleo sino ver hasta qué punto yo podía llegar como escritor.” Y no sólo llegó a poder vivir de su escritura, sino que también ganó el Premio Nobel de Literatura en 1998, por su obra Ensayo sobre la ceguera.
El punto de apoyo que necesita en su vida lo encontró hace 21 años en Pilar del Río, su tercera esposa. Su encuentro con esta mujer 28 años menos que él fue el segundo cambio radical que vivió, y confiesa que hoy es una persona más generosa gracias a ella.
A pesar de haber sido escritor la mayor parte de su vida, Saramago podría vivir sin escribir. Está convencido de que el hombre se acostumbra a todos. Pero lo que no podría soportar es tener algo para decir y no poder decirlo. Pero Saramago tiene historias que contar, y las cuenta. Mejor para todos.
Después de haber ejercido varios oficios, se encontró con el fracaso de la Revolución de los Claveles, de 1974, que había defendido desde la dirección del periódico Diario de Noticias, y consecuentemente, sin trabajo. Ese fue el primer momento de quiebre en su vida: “Decidí, muy simplemente, no buscar empleo sino ver hasta qué punto yo podía llegar como escritor.” Y no sólo llegó a poder vivir de su escritura, sino que también ganó el Premio Nobel de Literatura en 1998, por su obra Ensayo sobre la ceguera.
El punto de apoyo que necesita en su vida lo encontró hace 21 años en Pilar del Río, su tercera esposa. Su encuentro con esta mujer 28 años menos que él fue el segundo cambio radical que vivió, y confiesa que hoy es una persona más generosa gracias a ella.
A pesar de haber sido escritor la mayor parte de su vida, Saramago podría vivir sin escribir. Está convencido de que el hombre se acostumbra a todos. Pero lo que no podría soportar es tener algo para decir y no poder decirlo. Pero Saramago tiene historias que contar, y las cuenta. Mejor para todos.
domingo, 20 de abril de 2008
Carta abierta a Chaplin
Señor Charles Chaplin: Discúlpeme, Su majestad de la risa y la ternura, que ose distraer su descanso. Mis títulos tal vez no existan para justificar el atrevimiento.
Sé que a usted siempre lo sensibilizó, mayúsculamente, la condición de ciudadano del mundo y de ello se preció hasta cuando algún nacionalismo pretendió menoscabar su obra o su individualidad. Pero deseo aclararle que le escribo desde la Argentina, un país del Cono Sur del continente americano. Usted no alcanzó a conocerlo, aunque según leí en un cable lejano, una vez prometió visitarlo. Después supo algunas cosas de la Argentina que ahora sería mejor no recordar. Aquí se adelantaron a prohibirle El gran dictador, un mal ejemplo repetido en muchos lados y tardíamente reparado. ¡Cosas que pasan Señor Chaplin! Al fin de sus días, usted se había sobrepuesto a tantos agravios y desde luego habrá disimulado un episodio que todavía nos hace meditar con tristeza.
Comprenda, señor Chaplin, que si hace un año dejó usted este atribulado mundo, uno no deja de sentir de alguna recóndita manera su ausencia, aunque, claro, en compensación, siempre Carlitos está a mano en esas sus geniales piruetas que periódicamente tenemos necesidad de ver, yo diría mejor de compartir, y si por casualidad no las vemos en la pantalla, sentimos que nos siguen, nos acompañan, nos rodean, nos envuelven. Sin embargo hasta no hace mucho sabíamos que estaba allí, aislado en el contacto con la naturaleza, en ese rincón suizo que había elegido para el tiempo de su vejez, y era como un abuelo que si no frecuentamos nos sigue acompañando y tutelando.
Yo sé, señor Chaplin, que usted se nos fue, de puro viejo, para una manera mejor de seguir estando con nosotros. Seguramente le pesaban los achaques de la avanzada edad. Le molestaba el sillón de ruedas. Le fastidiaba la artrosis que no le dejaba flirtear con el amado bastón de junco o tocar el violín de sus mejores años. Acaso le pesaba más el odio en todas sus formas de intolerancia, discriminación y violencia. Se me ocurre imaginar que este mundo le estaba quedando chico, redoblado el egoísmo como para que en él sea imposible La calle de la paz, y día a día más viable una Vida de perros. Hace mucho, cuando usted tuvo la valentía de imaginar que filmaría El gran dictador para advertir a los incrédulos y desenmascarar a los cómplices, debe de haber creído que a Carlitos deberían escucharlo. Y filmó la película y hasta depuso su mímica para un patético discurso que tenía la contundencia de la verdad. Usted cumplió. Han pasado – creo- cuarenta años y lo necesitaríamos de nuevo, señor Chaplin, porque ¿sabe? “el amor está con gripe en cama”, como decía un poeta de estas latitudes que usted no conoció. No se olvide esto, por favor, señor.
Creo adivinar, señor Chaplin, que a esta altura de la carta usted estará pensando que la gravedad no es del todo buena consejera. Paso a otra, no se enoje. Reconozco que no tengo ni la edad ni la sabiduría de su viejo Calvero en Candilejas para filosofar. También peleo conmigo para no escaparme del optimismo, ese optimismo que usted nunca quería perder, ni siquiera cuando debía caminar solo a ese incierto horizonte de muchas películas. Pero si le prometo no ser grave, le pido humildemente que disimule mi falta de humor. ¡Cómo se lo sigo envidiando! Lo mejor será que le hable un poco de cine. Es lo suyo y, salvando las distancias, lo mío. Felizmente, el cine sigue existiendo, que es un modo de decirle que de usted nadie puede olvidarse. Perdón, creo más: de usted nadie podría olvidarse aunque el cine desapareciera. Usted es un clásico del siglo XX hasta sin cine. Si tal vez le parezca un lugar común, déjeme que le recuerde lo de su amigo Jean Cocteau: usted es la risa esperando. ¡Qué lindo en un mundo con tantas pequeñeces que tienden a separarnos!
En ocasión de la Navidad todos tratamos de escribir palabras halagadoras. Para usted se me ocurren las habituales de los que giramos con el cine. No podemos prescindir de Chaplin ni de Carlitos, y créame, hasta los que lo critican se venden elogiándolo de una u otra forma. Usted estará ahora más allá de la vanidad del gran payaso que fue y no obstante le gustará oír de nuevo el calificativo de “chaplinesco” como la definición suprema de la honorable profesión de hacer reír. Estoy convencido de que uno de estos días esos académicos que a usted le parecían tan aburridos se van a poner de acuerdo para fijar ese vocablo en los diccionarios.
Y hablando de homenajes, señor Chaplin, no le habrá desagradado el anuncio de que en uno de los distritos de Londres se le levantará un monumento a Carlitos. No importa que no sea en el barrio de su harapienta infancia. La intención vale igual y es fácil vaticinar: ese monumento se multiplicará en días futuros porque usted lo merece más que todos o casi todos de los ya hechos monumento. Con una ventaja: usted no está condenado sólo al monumento. Sigue viviendo si él. Eso sí, sea una vez respetuoso, no haga como en Luces de la ciudad: no duerma ni bostece sobre su propio bronce.
Yo consluyo mi abuso epistolar, señor Chaplin,. Es Navidad y brindo con los míos por usted. No es una excepción. Millones de personas también lo harán, con champaña, con sidra, con vino o con agua, y aun sin saberlo. Porque brindarán por la felicidad, el amor, la bondad, el entendimiento, la razón, la paz, esas utopías igualmente llamadas Chaplin. Mis respetos, señor.
Sé que a usted siempre lo sensibilizó, mayúsculamente, la condición de ciudadano del mundo y de ello se preció hasta cuando algún nacionalismo pretendió menoscabar su obra o su individualidad. Pero deseo aclararle que le escribo desde la Argentina, un país del Cono Sur del continente americano. Usted no alcanzó a conocerlo, aunque según leí en un cable lejano, una vez prometió visitarlo. Después supo algunas cosas de la Argentina que ahora sería mejor no recordar. Aquí se adelantaron a prohibirle El gran dictador, un mal ejemplo repetido en muchos lados y tardíamente reparado. ¡Cosas que pasan Señor Chaplin! Al fin de sus días, usted se había sobrepuesto a tantos agravios y desde luego habrá disimulado un episodio que todavía nos hace meditar con tristeza.
Comprenda, señor Chaplin, que si hace un año dejó usted este atribulado mundo, uno no deja de sentir de alguna recóndita manera su ausencia, aunque, claro, en compensación, siempre Carlitos está a mano en esas sus geniales piruetas que periódicamente tenemos necesidad de ver, yo diría mejor de compartir, y si por casualidad no las vemos en la pantalla, sentimos que nos siguen, nos acompañan, nos rodean, nos envuelven. Sin embargo hasta no hace mucho sabíamos que estaba allí, aislado en el contacto con la naturaleza, en ese rincón suizo que había elegido para el tiempo de su vejez, y era como un abuelo que si no frecuentamos nos sigue acompañando y tutelando.
Yo sé, señor Chaplin, que usted se nos fue, de puro viejo, para una manera mejor de seguir estando con nosotros. Seguramente le pesaban los achaques de la avanzada edad. Le molestaba el sillón de ruedas. Le fastidiaba la artrosis que no le dejaba flirtear con el amado bastón de junco o tocar el violín de sus mejores años. Acaso le pesaba más el odio en todas sus formas de intolerancia, discriminación y violencia. Se me ocurre imaginar que este mundo le estaba quedando chico, redoblado el egoísmo como para que en él sea imposible La calle de la paz, y día a día más viable una Vida de perros. Hace mucho, cuando usted tuvo la valentía de imaginar que filmaría El gran dictador para advertir a los incrédulos y desenmascarar a los cómplices, debe de haber creído que a Carlitos deberían escucharlo. Y filmó la película y hasta depuso su mímica para un patético discurso que tenía la contundencia de la verdad. Usted cumplió. Han pasado – creo- cuarenta años y lo necesitaríamos de nuevo, señor Chaplin, porque ¿sabe? “el amor está con gripe en cama”, como decía un poeta de estas latitudes que usted no conoció. No se olvide esto, por favor, señor.
Creo adivinar, señor Chaplin, que a esta altura de la carta usted estará pensando que la gravedad no es del todo buena consejera. Paso a otra, no se enoje. Reconozco que no tengo ni la edad ni la sabiduría de su viejo Calvero en Candilejas para filosofar. También peleo conmigo para no escaparme del optimismo, ese optimismo que usted nunca quería perder, ni siquiera cuando debía caminar solo a ese incierto horizonte de muchas películas. Pero si le prometo no ser grave, le pido humildemente que disimule mi falta de humor. ¡Cómo se lo sigo envidiando! Lo mejor será que le hable un poco de cine. Es lo suyo y, salvando las distancias, lo mío. Felizmente, el cine sigue existiendo, que es un modo de decirle que de usted nadie puede olvidarse. Perdón, creo más: de usted nadie podría olvidarse aunque el cine desapareciera. Usted es un clásico del siglo XX hasta sin cine. Si tal vez le parezca un lugar común, déjeme que le recuerde lo de su amigo Jean Cocteau: usted es la risa esperando. ¡Qué lindo en un mundo con tantas pequeñeces que tienden a separarnos!
En ocasión de la Navidad todos tratamos de escribir palabras halagadoras. Para usted se me ocurren las habituales de los que giramos con el cine. No podemos prescindir de Chaplin ni de Carlitos, y créame, hasta los que lo critican se venden elogiándolo de una u otra forma. Usted estará ahora más allá de la vanidad del gran payaso que fue y no obstante le gustará oír de nuevo el calificativo de “chaplinesco” como la definición suprema de la honorable profesión de hacer reír. Estoy convencido de que uno de estos días esos académicos que a usted le parecían tan aburridos se van a poner de acuerdo para fijar ese vocablo en los diccionarios.
Y hablando de homenajes, señor Chaplin, no le habrá desagradado el anuncio de que en uno de los distritos de Londres se le levantará un monumento a Carlitos. No importa que no sea en el barrio de su harapienta infancia. La intención vale igual y es fácil vaticinar: ese monumento se multiplicará en días futuros porque usted lo merece más que todos o casi todos de los ya hechos monumento. Con una ventaja: usted no está condenado sólo al monumento. Sigue viviendo si él. Eso sí, sea una vez respetuoso, no haga como en Luces de la ciudad: no duerma ni bostece sobre su propio bronce.
Yo consluyo mi abuso epistolar, señor Chaplin,. Es Navidad y brindo con los míos por usted. No es una excepción. Millones de personas también lo harán, con champaña, con sidra, con vino o con agua, y aun sin saberlo. Porque brindarán por la felicidad, el amor, la bondad, el entendimiento, la razón, la paz, esas utopías igualmente llamadas Chaplin. Mis respetos, señor.
Jorge Miguel Couselo
* Publicado en: Clarín, 24 de diciembre de 1978.
domingo, 13 de abril de 2008
El amor como un demonio
El amor surgido de un desamor previo. El amor como un demonio. La esclavitud, la intolerancia y la incomprensión. Y en medio de todo eso, una nena de 12 años es mordida por un perro cuando desobedecía a su padre, y cruzaba los límites que le habían sido impuestos.
Esta es la médula de Del amor y otros demonios, a partir de esto se desata un relato acerca de las vivencias de la niña Sierva María de Todos los Ángeles. Es el relato de una vida que debe pagar por culpas que no cometió; a pesar de su inocencia, lleva en la sangre la herencia de un sistema de opresión y esclavitud, y dentro del cual ella misma se ve tironeada: su cultura y su modo de vivir son los de los esclavos, y ella es María Mandinga. A pesar de su exterior, ella no es la niña blanca que aprende sus lecciones y se comporta con modales educados, sino que es la criatura que arrastra los cabellos por los suelos, y luce orgullosa collares y amuletos africanos, que son sus únicas creencias. Ella conoce las danzas rituales, el idioma yoruba, sabe cómo matar animales con sus manos, y defenderse de los blancos mediante la mentira.En su vida los demonios se multiplican, crecen en su interior, la atormentan. Y su vida transcurre en un no-lugar, porque es una extranjera permanente. Nunca ha tenido un grupo de pertenencia, no es negra pero se siente como ellos; la visten como blanca, y la obligan a vivir con monjas, pero esa no es su religión, ni su mundo. Desde su nacimiento nunca tuvo un mundo, criada a medio camino entre dos culturas que chocan, y tienen sus bases en el odio mutuo. Ahí esta Sierva María de Todos los Ángeles, que a la vez es María Mandinga, sintiendo lo único que le es lícito sentir: miedo.
Esta es la médula de Del amor y otros demonios, a partir de esto se desata un relato acerca de las vivencias de la niña Sierva María de Todos los Ángeles. Es el relato de una vida que debe pagar por culpas que no cometió; a pesar de su inocencia, lleva en la sangre la herencia de un sistema de opresión y esclavitud, y dentro del cual ella misma se ve tironeada: su cultura y su modo de vivir son los de los esclavos, y ella es María Mandinga. A pesar de su exterior, ella no es la niña blanca que aprende sus lecciones y se comporta con modales educados, sino que es la criatura que arrastra los cabellos por los suelos, y luce orgullosa collares y amuletos africanos, que son sus únicas creencias. Ella conoce las danzas rituales, el idioma yoruba, sabe cómo matar animales con sus manos, y defenderse de los blancos mediante la mentira.En su vida los demonios se multiplican, crecen en su interior, la atormentan. Y su vida transcurre en un no-lugar, porque es una extranjera permanente. Nunca ha tenido un grupo de pertenencia, no es negra pero se siente como ellos; la visten como blanca, y la obligan a vivir con monjas, pero esa no es su religión, ni su mundo. Desde su nacimiento nunca tuvo un mundo, criada a medio camino entre dos culturas que chocan, y tienen sus bases en el odio mutuo. Ahí esta Sierva María de Todos los Ángeles, que a la vez es María Mandinga, sintiendo lo único que le es lícito sentir: miedo.
* García Márquez, Gabriel; Del amor y otros demonios; Buenos Aires, Sudamericana, 2005.
lunes, 7 de abril de 2008
Vivir apilados

Así es como se vive en las grandes urbes posmodernas: apilados. Unos sobre otros, ocupando el espacio verticalmente, compartiendo íntimas sonoridades por sobre la cabeza, y debajo de los pies. Todos juntos. Es tan raro como común, no es sorprendente que muchas familias y personas de lo más diferentes convivan en un edificio estrecho. Pero si uno se detiene a pensarlo, sí es sorprendente.
No es que falte espacio, basta con mirar la llanura desierta que separa los últimos distritos de la Zona Sur de La Plata, y tendremos una clara idea que justamente no es la falta de espacio lo que lleva a la gente a apilarse. Tampoco es el cariño, ni las ganas de estar juntos (una reunión de consorcio cualquiera dará los datos suficientes para demostrar esta tesis). Es la centralización la que opera como un punto magnético de atracción. Allá en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires está todo, lugares de trabajo, lugares para hacer trámites, bancos, facultades. Y hacia allá se dirigen todos diariamente. Todos los que se niegan a vivir apilados y prefieren reservar su espacio de libertad, a costa de tiempo de viaje.
Pero también hay un precio que pagar, que por cierto no es barato. Ruido constante y un sol recortado en mínimas formas geométricas. Lo verde siempre es público, o está reducido a unas macetas de balcón. Nada de juegos en la vereda, ni árboles “propios” para treparse, y menos que menos un patio con una pelopincho. Y sin embargo ahí siguen, miles y miles de personas viviendo apiladas, acomodándose al tránsito imposible, a los foráneos que les invaden los barrios durante la semana, a esos espacios que no son de nadie, porque son zonas de paso.
En este panorama el futuro no es muy prometedor. Pero siempre queda la esperanza de que no construyan un edificio aún más alto enfrente, y terminen por robarse del todo el poco sol que quedaba.
No es que falte espacio, basta con mirar la llanura desierta que separa los últimos distritos de la Zona Sur de La Plata, y tendremos una clara idea que justamente no es la falta de espacio lo que lleva a la gente a apilarse. Tampoco es el cariño, ni las ganas de estar juntos (una reunión de consorcio cualquiera dará los datos suficientes para demostrar esta tesis). Es la centralización la que opera como un punto magnético de atracción. Allá en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires está todo, lugares de trabajo, lugares para hacer trámites, bancos, facultades. Y hacia allá se dirigen todos diariamente. Todos los que se niegan a vivir apilados y prefieren reservar su espacio de libertad, a costa de tiempo de viaje.
Pero también hay un precio que pagar, que por cierto no es barato. Ruido constante y un sol recortado en mínimas formas geométricas. Lo verde siempre es público, o está reducido a unas macetas de balcón. Nada de juegos en la vereda, ni árboles “propios” para treparse, y menos que menos un patio con una pelopincho. Y sin embargo ahí siguen, miles y miles de personas viviendo apiladas, acomodándose al tránsito imposible, a los foráneos que les invaden los barrios durante la semana, a esos espacios que no son de nadie, porque son zonas de paso.
En este panorama el futuro no es muy prometedor. Pero siempre queda la esperanza de que no construyan un edificio aún más alto enfrente, y terminen por robarse del todo el poco sol que quedaba.
* Para ver: Medianeras. Cortometraje dirigido por Gustavo Taretto.
miércoles, 2 de abril de 2008
Música Latinoamericana
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