Pasaron 40 años desde el estreno de La hora de los hornos, y demasiada agua bajo el puente. El país no es el mismo, es más, desde aquel retrato de la situación de Argentina se sucedieron muchos países diferentes en un mismo territorio. Pero a pesar del tiempo transcurrido algunas cosas no cambiaron demasiado.
Si Fernando Pino Solanas deseara volver a filmar la película, lo único que necesitaría hacer es actualizar algunos datos, ni más ni menos. Los ítems serían los mismos, lo que cambiaría serían únicamente los porcentajes: la pobreza aumentó, la desnutrición y la mortalidad infantil aumentaron, la desigualdad aumentó, y así se sucederían los datos de todo lo negativo y vergonzoso de la situación de la Argentina.
Las imágenes casi podrían ser las mismas, las caras surgidas de la miseria y la desolación se mantienen idénticas a pesar de las cuatro décadas transcurridas. La música perturbadora del repiquetear de tambores se adapta al presente. La voz en off debería leer una lista diferente de datos y porcentajes. Con estas modificaciones, el film estaría listo para un reestreno, y hasta algún distraído podría considerarla nueva, sin percatarse, quizás, de los modelos antiguos de los autos, o de las diferencias en la vestimenta. Claro, eso puede ser leído como una característica pintoresca, como un capricho del director. Por todo lo demás, el escenario es el mismo.
Pero en algún aspecto el tiempo transcurrido no fue en vano. Tras 25 años de democracia, una generación entera nació y creció en libertad, y hoy estos jóvenes pueden conseguir fácilmente una copia de La hora de los hornos en cualquier casa de video o librería. Ya no hace falta concurrir a proyecciones clandestinas, custodiadas por contraseñas y transmitidas de boca en boca, rodeadas de un halo de desconfianza permanente.
En su primer documental, Pino Solanas pone de manifiesto muchos aspectos de una sociedad que no logró desprenderse del individualismo y la desigualdad. No pudo hacerlo en 1968 ni parecería querer hacerlo finalizando el 2008. La vigencia del film impresiona y avergüenza a la vez, y tiene el poder de seguir denunciando con la misma fuerza que cuando se estrenó. Mejor para el documental, peor para una sociedad que se descubre estancada.
Si Fernando Pino Solanas deseara volver a filmar la película, lo único que necesitaría hacer es actualizar algunos datos, ni más ni menos. Los ítems serían los mismos, lo que cambiaría serían únicamente los porcentajes: la pobreza aumentó, la desnutrición y la mortalidad infantil aumentaron, la desigualdad aumentó, y así se sucederían los datos de todo lo negativo y vergonzoso de la situación de la Argentina.
Las imágenes casi podrían ser las mismas, las caras surgidas de la miseria y la desolación se mantienen idénticas a pesar de las cuatro décadas transcurridas. La música perturbadora del repiquetear de tambores se adapta al presente. La voz en off debería leer una lista diferente de datos y porcentajes. Con estas modificaciones, el film estaría listo para un reestreno, y hasta algún distraído podría considerarla nueva, sin percatarse, quizás, de los modelos antiguos de los autos, o de las diferencias en la vestimenta. Claro, eso puede ser leído como una característica pintoresca, como un capricho del director. Por todo lo demás, el escenario es el mismo.
Pero en algún aspecto el tiempo transcurrido no fue en vano. Tras 25 años de democracia, una generación entera nació y creció en libertad, y hoy estos jóvenes pueden conseguir fácilmente una copia de La hora de los hornos en cualquier casa de video o librería. Ya no hace falta concurrir a proyecciones clandestinas, custodiadas por contraseñas y transmitidas de boca en boca, rodeadas de un halo de desconfianza permanente.
En su primer documental, Pino Solanas pone de manifiesto muchos aspectos de una sociedad que no logró desprenderse del individualismo y la desigualdad. No pudo hacerlo en 1968 ni parecería querer hacerlo finalizando el 2008. La vigencia del film impresiona y avergüenza a la vez, y tiene el poder de seguir denunciando con la misma fuerza que cuando se estrenó. Mejor para el documental, peor para una sociedad que se descubre estancada.
1 comentario:
gran post!
entre tanta chatura superficialidad y adormecimiento, tus palabras como 'la hora de los hornos' estimulan, despiertan, son un golpe, un cachetazo.
gran película (tengo q poner ese poster en la pared de mi blog).
hace no tanto vi 'tierra en trance' de glauber rocha. es como decis, la vigencia del filme impresiona y averguenza por la razón de esa contemporaneidad.
saludos
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