“Ocurre esto muchas veces, no hacemos las preguntas
porque aún no estábamos preparados para oír las respuestas,
o, simplemente, por tener miedo de ellas. Y, cuando encontraos
valor suficiente para hacerlas, es frecuente que no nos respondan,
como hará Jesús cuando un día le pregunten, Qué es la verdad.
Entonces se callará hasta hoy.” (Pág. 263)
“Y Jesús les decía a todos, Quien tenga oídos que oiga,
“Y Jesús les decía a todos, Quien tenga oídos que oiga,
si no dividís, no multiplicaréis.”
(Pág. 415)
José Saramago recrea un perfil particular de Jesucristo, nos lo presenta en toda su profundidad humana, con sus dilemas y claroscuros. Ante todo, no hay que olvidar que este Evangelio según Jesucristo es a su vez según Saramago, por lo tanto, no se le debe conferir ninguna autoridad ni veracidad, más que la cuota de complicidad que uno está dispuesto a pagar cuando lee ficción. Estamos frente a una ficción, no hay más vueltas que darle. Será una ficción con características realistas, que trata de reconstruir la figura de Jesús desde la literatura, y en ningún momento plantea como verdadero e inapelable aquello que dice. Por lo tanto, los juicios condenatorios que se han hecho respecto de esta obra provienen sólo de voces que olvidaron que la literatura no es más que literatura. Y que funciona a través de un pacto común en el que ambas partes concuerdan en “expresar y creer en esa verdad literaria”. Si nos salimos de ese límite, entramos en discusiones sin sentido.
Estamos en Semana Santa, una época de rememoración y festejo religioso, que por nuestros tiempos se hace extensiva a todo aquel que disfrute el hecho de no ir a trabajar ni a estudiar, y festeje el regalo que este año nos hizo el calendario con un feriado el lunes. Así se vive la Pascua por estos días para la mayoría de la gente. En mi caso, no me es una fecha tan lejana y ajena, muy por el contrario, la crianza y la tradición familiar siguen teniendo su peso. Es por eso que se me ocurrió escribir sobre este libro justamente ahora, a pesar de que lo leí hace algunos meses.
En la contratapa Luciana Stegagno Picchio escribe: “El Evangelio según Jesucristo responde al deseo de un hombre y de un escritor de excavar hasta las raíces de la propia civilización, en el misterio de su tradición, para extraer las preguntas esenciales”. Saramago cuestiona todo, pone a prueba cada uno de los dogmas de la fe, ya desde el comienzo de su historia. María no es virgen, sino que concibe a Jesús como el resto de las mujeres mortales. Pero el elemento celestial sigue presente, ya que es el Arcángel Gabriel quien le anuncia que está esperando un hijo. Así es como paso a paso el autor configura un historia absolutamente terrenal y dentro de los límites de lo “lógico y racional”, pero con una profundidad y un misterio en la narración que lo acercan de manera sorprendente a los misterios centrales de la fe, mantenidos hasta nuestros días.
Este evangelio no es un tratado teológico, ni una doctrina, sino la historia vista desde otro lado, con algunas variaciones. Sin embargo hay algo que subyace y que no se pierde, cierta profundidad, cierto respeto sagrado. Dios dialoga con el Diablo, es cuestionado y puesto a prueba por él. También es cuestionado por su propio Hijo. Absolutamente todo está puesto en tela de juicio, pero a la vez, todo vuelve a su lugar, se acomoda de manera natural.
Los personajes muchas veces perturbados irradian cierta paz y los diálogos se tornan filosóficos-teológicos, pero sin abandonar el estilo sencillo de Saramago, sin grandes circunloquios y complicaciones. Jesús se nos presenta con toda la fuerza que es capaz de conferir la literatura. Sin negar las Sagradas Escrituras, el autor se vale de ellas para delinear este personaje que se nos torna cercano y accesible, casi como un amigo. Es por eso que todas las acusaciones que se le han hecho están de más. Saramago no se está proponiendo como el dueño de la verdad, ni está socavando las raíces de una religión. Es mucho más sencillo que eso: está escribiendo una verdadera obra literaria, haciendo uso de uno de los conocimientos compartidos más difundidos de la historia.
* Saramago, José; El Evangelio según Jesucristo; Argentina, Alfaguara, 2004.
(Otra lectura por el estilo: El Evangelio según el Hijo de Norman Mailer)
(Pág. 415)
José Saramago recrea un perfil particular de Jesucristo, nos lo presenta en toda su profundidad humana, con sus dilemas y claroscuros. Ante todo, no hay que olvidar que este Evangelio según Jesucristo es a su vez según Saramago, por lo tanto, no se le debe conferir ninguna autoridad ni veracidad, más que la cuota de complicidad que uno está dispuesto a pagar cuando lee ficción. Estamos frente a una ficción, no hay más vueltas que darle. Será una ficción con características realistas, que trata de reconstruir la figura de Jesús desde la literatura, y en ningún momento plantea como verdadero e inapelable aquello que dice. Por lo tanto, los juicios condenatorios que se han hecho respecto de esta obra provienen sólo de voces que olvidaron que la literatura no es más que literatura. Y que funciona a través de un pacto común en el que ambas partes concuerdan en “expresar y creer en esa verdad literaria”. Si nos salimos de ese límite, entramos en discusiones sin sentido.
Estamos en Semana Santa, una época de rememoración y festejo religioso, que por nuestros tiempos se hace extensiva a todo aquel que disfrute el hecho de no ir a trabajar ni a estudiar, y festeje el regalo que este año nos hizo el calendario con un feriado el lunes. Así se vive la Pascua por estos días para la mayoría de la gente. En mi caso, no me es una fecha tan lejana y ajena, muy por el contrario, la crianza y la tradición familiar siguen teniendo su peso. Es por eso que se me ocurrió escribir sobre este libro justamente ahora, a pesar de que lo leí hace algunos meses.
En la contratapa Luciana Stegagno Picchio escribe: “El Evangelio según Jesucristo responde al deseo de un hombre y de un escritor de excavar hasta las raíces de la propia civilización, en el misterio de su tradición, para extraer las preguntas esenciales”. Saramago cuestiona todo, pone a prueba cada uno de los dogmas de la fe, ya desde el comienzo de su historia. María no es virgen, sino que concibe a Jesús como el resto de las mujeres mortales. Pero el elemento celestial sigue presente, ya que es el Arcángel Gabriel quien le anuncia que está esperando un hijo. Así es como paso a paso el autor configura un historia absolutamente terrenal y dentro de los límites de lo “lógico y racional”, pero con una profundidad y un misterio en la narración que lo acercan de manera sorprendente a los misterios centrales de la fe, mantenidos hasta nuestros días.
Este evangelio no es un tratado teológico, ni una doctrina, sino la historia vista desde otro lado, con algunas variaciones. Sin embargo hay algo que subyace y que no se pierde, cierta profundidad, cierto respeto sagrado. Dios dialoga con el Diablo, es cuestionado y puesto a prueba por él. También es cuestionado por su propio Hijo. Absolutamente todo está puesto en tela de juicio, pero a la vez, todo vuelve a su lugar, se acomoda de manera natural.
Los personajes muchas veces perturbados irradian cierta paz y los diálogos se tornan filosóficos-teológicos, pero sin abandonar el estilo sencillo de Saramago, sin grandes circunloquios y complicaciones. Jesús se nos presenta con toda la fuerza que es capaz de conferir la literatura. Sin negar las Sagradas Escrituras, el autor se vale de ellas para delinear este personaje que se nos torna cercano y accesible, casi como un amigo. Es por eso que todas las acusaciones que se le han hecho están de más. Saramago no se está proponiendo como el dueño de la verdad, ni está socavando las raíces de una religión. Es mucho más sencillo que eso: está escribiendo una verdadera obra literaria, haciendo uso de uno de los conocimientos compartidos más difundidos de la historia.
* Saramago, José; El Evangelio según Jesucristo; Argentina, Alfaguara, 2004.
(Otra lectura por el estilo: El Evangelio según el Hijo de Norman Mailer)
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