jueves, 5 de junio de 2008

La vida allá lejos




En el medio del desierto, entre el polvo y la desolación, manos desesperadas de mujeres revuelven y eligen pulseras de colores. Debajo de la opresión de las burkas (mantos que cubren por completo a las mujeres islámicas) hay un deseo latente; hay mujeres cuya voz subsiste a pesar de todos los esfuerzos por acallarlas. Estas mujeres adornan sus muñecas y pintan sus uñas, bellezas femeninas que quedarán eternamente tapadas por mandatos culturales. Pero no son esas las principales diferencias ideológicas que mantiene Afganistán respecto de occidente. El director Mohsen Makhmalbat pone de manifiesto estas diferencias en su película Kandahar, estrenada en 2001.
En Afganistán hay poblaciones enteras diezmadas por guerras ininterrumpidas. A pesar de la riqueza petrolífera de la región, o quizás a causa de ella, los habitantes viven en la indigencia. Fueron despojados de la comida, de sus casas, y hasta de sus propios cuerpos. Aún hoy hay minas terrestres cuya detonación implica la pérdida de las extremidades. Y el peligro acecha a las más indefensas: hay minas que tienen muñecas como carnada, a la espera de niñas que se acerquen inocentemente a buscar un juguete. La crueldad parece infinita.
Una periodista exiliada y un médico extranjero comparten el camino, cada uno con su búsqueda. La mujer islámica vuelve del mundo occidental para bucear en sus raíces y evitar el suicidio de su hermana. El médico está en esa tierra desértica en busca de Dios, a quien cree encontrar entre tanta pobreza. Ella mira asombrada, y él intenta curar la más letal de las enfermedades: el hambre. Cura con un poco de pan. Cura a las mujeres sin revisarlas, porque está prohibido que un hombre las vea a cara descubierta. Pero al médico le alcanza con tener la sensibilidad de percibir el agotamiento y el hambre para combatir los males de esas personas. Y mientras tanto encontrar a Dios.
Frente a este panorama, ni siquiera queda la esperanza. El futuro afgano ya está comprometido, por causa de la educación. Los varones que tienen el privilegio de ser admitidos en ciertas especies de escuelas, son obligados a dedicar sus horas a recitar de manera repetitiva el Corán, a medida que se balancean en el bullicio que invade el ambiente. Pero el problema no es aprender de memoria el texto fundamental de la religión, sino que es el manejo de las armas que se le enseña a los nenes, y la ideología que eso conlleva. Son criados y educados para practicar la violencia, les enseñan a usar armas, a matar e incluso a destrozar cadáveres.
Es difícil confiar en personas que pasan tantas necesidades, y esa es una de las verdades que debe aprender la protagonista. Debajo de su burka recorre la tierra de la que logró escapar, y vive en carne propia la sed, el hambre y la desolación. Con una diferencia: ella tiene dólares, que le sirven a la vez de pasaje y obstáculo a través de esa realidad. Con dinero puede comprar lo que esté a su alcance, pero la comida y el agua que no existen no pueden ser compradas. La devastación de Afganistán llega hasta ese punto.

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