
* Saramago, José; Todos los nombres; España, Punto de lectura, 2000.
Ahí está don José solo entre todos los nombres. Sólo en su vida y sólo en su búsqueda, con la única guía del hilo de Ariadna. Un hilo atado a la pata de una mesa para bucear entre los papeles de la Conservaduría General del Registro Civil.
Una mujer desconocida como una meta, encontrarla es el motivo de todos los pensamientos de este funcionario, moldeado a la perfección según las leyes de la burocracia. Una mujer de carne y hueso que cobra vida en un papel, y en una serie de papeles manchados por letras y por los colores que conforman las fotografías. Y entre todos los papeles, una vida que encuentra un sentido, ilógico, sí, pero un sentido al fin.
Don José la encontrará en el único lugar donde podía ser encontrada; cuando lo que tenga para decirle, o no, ya no tendrá importancia, y por eso mismo la búsqueda se vuelve más imperiosa y necesaria para este cincuentón que no ha hecho nada más interesante que recortar notas periodísticas de gente famosa. Entre todos los nombres, entre la infinidad de personas que nacen y mueren, y deben notificarse en la Conservaduría General, el nombre del protagonista es el único al que el lector tiene acceso. Y su identidad es la que le permite recortarse de ese trasfondo de papeles, sobresalir a su modo, y crearse su propio destino, su propia historia, que pueda traspasar del papel a la vida, y así ganarle al sistema en el que está inmerso.
Una mujer desconocida como una meta, encontrarla es el motivo de todos los pensamientos de este funcionario, moldeado a la perfección según las leyes de la burocracia. Una mujer de carne y hueso que cobra vida en un papel, y en una serie de papeles manchados por letras y por los colores que conforman las fotografías. Y entre todos los papeles, una vida que encuentra un sentido, ilógico, sí, pero un sentido al fin.
Don José la encontrará en el único lugar donde podía ser encontrada; cuando lo que tenga para decirle, o no, ya no tendrá importancia, y por eso mismo la búsqueda se vuelve más imperiosa y necesaria para este cincuentón que no ha hecho nada más interesante que recortar notas periodísticas de gente famosa. Entre todos los nombres, entre la infinidad de personas que nacen y mueren, y deben notificarse en la Conservaduría General, el nombre del protagonista es el único al que el lector tiene acceso. Y su identidad es la que le permite recortarse de ese trasfondo de papeles, sobresalir a su modo, y crearse su propio destino, su propia historia, que pueda traspasar del papel a la vida, y así ganarle al sistema en el que está inmerso.
1 comentario:
"Una mujer desconocida como una meta" me encantó.
Pude verlo a Saramago en una charla que dio en el Colón, su sencillez y grandeza emociona.
Gracias por este bonito collagge de emociones.
Mentitas para el alma.
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