domingo, 24 de febrero de 2008

Literatura alemana

La novela “Retrato de grupo con señora” de Heinrich Böll se inscribe en el período caracterizado como “literatura de ruinas de la posguerra”. Böll empezó a publicar dos años después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, por lo tanto se encuentra en un conetxto de desolación y reordenamiento del mundo literario; las voces de los escritores han sido acalladas por el régimen totalitario, por la violencia y por la lejanía del exilio. Una vez alcanzada la paz, tiene lugar el período de la búsqueda de la voz propia, de la reconstrucción de la identidad intelectual, y la elección de los temas a tratar.
Wolfgan Beutin, historiador de la literatura alemana, dice acerca de este grupo: “se mueven en el campo de tensiones del pasado fascista y el presente capitalista, de la fuga y la protesta, de la subjetividad y la pérdida de identidad. Antagonismos que llevan implícita la tensión poética entre el tradicionalismo y la modernidad en que vive la joven generación de las letras”. En este marco, Böll encuentra su modo particular de expresión, su estilo es el realista, el de la cotidianeidad.
A través del realismo, el autor nos presenta a un narrador que pretende construir, por diferentes medios, el perfil de Leni Gruyten de Pfeiffer, la protagonista, o dicho con exactitud, la excusa de a novela. El relato al que se intenta dar forma posee una premisa básica, que se presenta como eje central de toda la labor del narrador: la objetividad. Todos sus esfuerzos radican en conseguir y brindar información fidedigna y confiable para su informe.
Su desmesurado propósito parecería dar cuenta de que el narrador no tiene plena conciencia de cuál es el objeto de su investigación, de lo contrario, tratar de reconstruir la vida de una figura que se niega por completo a ser entrevistada, que sobrevive a la guerra luego de haber visitado repetidas veces a una judía encerrada en un convento, y haberse enamorado de un joven ruso y ser la madre de su hijo, se le antojaría una tarea utópica. La objetividad en un caso tal, con un objeto tan inasequible, está puesta en tela de juicio.

El 2 de mayo de 1973 el autor recibió el Premio Nobel de Literatura. Ese día dio un discurso titulado “Ensayo sobre la razón de la poesía”, en el cual intenta explicar el funcionamiento de la literatura. Lo que desea es borrar la dicotomía reduccionista “o información o arte”. Así es como afirma que nunca ha logrado dar una respuesta exhaustiva cuando le preguntan la razón por la cual ha escrito tal o cual cosa, dice que “no me es posible reconstruir el contexto en su totalidad, aunque desearía poder hacerlo para que al menos la literatura que yo produzco fuese un proceso menos místico que la construcción de puentes o la cocción de panecillos”. En ninguna de las tres acciones es posible calcularlo todo, siempre hay un resto de imponderabilidad que el hombre no es capaz de aprehender, y mucho menos de erradicar. El mismo escritor no puede ofrecer una descripción completa del proceso que él mismo realiza al escribir, se le torna un campo demasiado vasto para poder abarcar. “Habría que poner en acta todo, desde la mesa hasta los lápices que hay encima de ella, con toda su historia, incluidos los prójimos próximos, más próximos y muy próximos”.
A pesar de los esfuerzos esto no sería suficiente. El acta no acabaría por brindar una información que agote el tema, y el autor se pregunta una y otra vez “¿cómo salir del paso sin ese intersticio, ese resto al que podemos denominar ironía, poesía, Dios, ficción o resistencia?” Frente a este panorama, ¿cómo queda posicionado un narrador que asevera haber aprehendido de tal manera las características constitutivas, tanto personales como contextuales, de un personaje al que no tiene acceso directo, como para brinda un retrato catalogado como fiel reflejo de la realidad? ¿Es posible, como el narrador afirma, que la objetividad resulte ilesa, sin perderse en ningún intersticio de los múltiples que se presentan en las fuentes de información y en la constitución misma de la novela?

Heinrich Böll dice en su discurso que la obligación de los escritores “consiste en penetrar en los intersticios precisamente porque sabemos que no podemos aclarar nada del todo y sin resistencia”. Es esta conciencia acerca de su labor la que no le transfiere al narrador que construye para su novela. Con rasgos de omnipotencia, el narrador, en pos de la objetividad, hace caso omiso del hecho d que la resistencia de la memoria aparece justamente cuando a partir de sujetos lo que se intenta hacer es una reconstrucción de carácter objetivo. Asimismo, es el primero quien, a través de diferentes recursos, ironiza y vuelve irrisoria su finalidad. La dialéctica propia del acto de la escritura torna aun más inalcanzable la meta del narrador. El último impedimento es ese Dios que multiplica los espacio librados al azar, hasta convertirlos en infinitos. A través de todos estos pasajes, la objetividad dejaría de ser tal, para pasar a presentarse como una ficción de objetividad. El propósito del narrador se antoja pretencioso al ser contrapuesto con los factores mencionados con anterioridad, y la nueva calificación cuadra con el resultado de su trabajo y sus investigaciones.
El retrato que ha logrado elaborar podría parangonarse con el ambicioso proyecto de Leni, eso es, la pintura de una capa de la retina titulada “Parte de la retina del ojo izquierdo de la Virgen María llamada Rahel”. Leni se basa en datos científicos concretos para su creación (saca la ilustración de una lámina de anatomía), y así es como su aproximación a una realidad objetiva se aparece como viable. El grado de objetividad alcanzado por el narrador podría perder su carácter ficcional si, al comenzar la novela, éste no declarara que lo expuesto es el fiel reflejo de la realidad; sino que dijera, tal como lo hace Leni respecto de Rahel, “esta es ella, quizás una milésima parte de su retina, si es que a eso llega”.

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