
Hay una vida después de esta vida. Eso es lo que propone esta película. A través de la muerte se llega a otra forma de existencia, que no es ni la luminosidad de las esferas que plantea Dante, ni un cielo que está más allá de nuestro entendimiento y nuestros sentidos. No, es una vida muy parecida a esta. ¿Lamentablemente parecida? Bueno, eso depende del momento que cada uno esté pasando, así que no vamos a discutir acerca de eso.
De todos modos, esta posterioridad de la vida tiene una ventaja evidente: los que llegan a ella tienen la posibilidad de elegir el recuerdo más feliz que tengan, para revivirlo por toda la eternidad. Es decir, uno se crea su propio escenario (más o menos como acá en la Tierra, pero sin todas esas cosas que nos esperan a la vuelta del camino y sobre las cuales no tenemos ni un poco de control ni poder). Todo es cuestión de elegir; parece que en este caso a los personajes no les preocupa el hecho de que tienen que elegir lo mejor posible, porque de eso dependerá su existencia desde ahora hasta siempre jamás. Eso ya es un problema menos que plantea la película.
Hay personajes que no se acuerdan de nada, que no tuvieron momentos felices, que no pueden decidirse, que les da lo mismo. También esto es más o menos el mismo espectro de opciones que encontramos acá y ahora en vida. Pero hay una señora, muy viejita, chiquita, con unos anteojos enormes, que se dedica a juntar objetos pequeños, y a ordenarlos prolijamente sobre una mesa. Nadie sabe la procedencia de esos objetos, cómo los obtuvo, qué significan; pero la señora no puede desprenderse de ellos. Y esa es su realidad, ese recordar para adentro, mirando cosas chiquitas, casi insignificantes. Pero transmite una sensación de paz que no transmite ningún otro de los personajes. Parecería como si no necesitara recordar, tiene al alcance de la mano todo lo que le hace falta, no anhela nada más. ¿Habrá encontrado en vida el secreto milenario de la felicidad (suponiendo que exista)? La respuesta no nos la da ni la viejita ni el resto de los personajes. Es más, nadie devela demasiadas cosas en esta película paciente, para ser saboreada con calma. Pero una cosa sì queda en claro: lo que se pide después de la vida es que recordemos el momento más feliz para volver a vivirlo. Por lo tanto, al menos una parte del cielo tiene lugar en nuestras vidas, sino pedirían imaginar y no recordar. Así que más que nada, esta película es una invitación a estar atentos: quizás el cielo nos está pasando sin que nos demos cuenta.
De todos modos, esta posterioridad de la vida tiene una ventaja evidente: los que llegan a ella tienen la posibilidad de elegir el recuerdo más feliz que tengan, para revivirlo por toda la eternidad. Es decir, uno se crea su propio escenario (más o menos como acá en la Tierra, pero sin todas esas cosas que nos esperan a la vuelta del camino y sobre las cuales no tenemos ni un poco de control ni poder). Todo es cuestión de elegir; parece que en este caso a los personajes no les preocupa el hecho de que tienen que elegir lo mejor posible, porque de eso dependerá su existencia desde ahora hasta siempre jamás. Eso ya es un problema menos que plantea la película.
Hay personajes que no se acuerdan de nada, que no tuvieron momentos felices, que no pueden decidirse, que les da lo mismo. También esto es más o menos el mismo espectro de opciones que encontramos acá y ahora en vida. Pero hay una señora, muy viejita, chiquita, con unos anteojos enormes, que se dedica a juntar objetos pequeños, y a ordenarlos prolijamente sobre una mesa. Nadie sabe la procedencia de esos objetos, cómo los obtuvo, qué significan; pero la señora no puede desprenderse de ellos. Y esa es su realidad, ese recordar para adentro, mirando cosas chiquitas, casi insignificantes. Pero transmite una sensación de paz que no transmite ningún otro de los personajes. Parecería como si no necesitara recordar, tiene al alcance de la mano todo lo que le hace falta, no anhela nada más. ¿Habrá encontrado en vida el secreto milenario de la felicidad (suponiendo que exista)? La respuesta no nos la da ni la viejita ni el resto de los personajes. Es más, nadie devela demasiadas cosas en esta película paciente, para ser saboreada con calma. Pero una cosa sì queda en claro: lo que se pide después de la vida es que recordemos el momento más feliz para volver a vivirlo. Por lo tanto, al menos una parte del cielo tiene lugar en nuestras vidas, sino pedirían imaginar y no recordar. Así que más que nada, esta película es una invitación a estar atentos: quizás el cielo nos está pasando sin que nos demos cuenta.
Después de la vida
Dirigida por Hirokazu Koreeda
Japón, 1998
Color
118 Minutos
1 comentario:
Epa! Suena bien la película. Aunque tu post no fuera una recomendación, ya me convenciste de verla, sobre todo por la descripción de la viejita. Hace no tanto me mudé de ciudad, me deshice de mucho pero también conservé mucho, y entre caja y caja reflexionaba sobre los objetos, horas y días de reflexión sobre polvo y cosas de las que no puedo desprenderme porque son yo. Por eso, cuando alguien viene a darme sermones sobre la no importancia de lo material, sobre la libertad de viajar liviano, no lo contradigo pero chasqueo la lengua y miro hacia otra parte.
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